(Playa El Yaque, diez de julio de 2010. Las gotas de lluvia resuenan en el toldo y lo permean. Tenemos frío, el frío que sólo se puede tener en una playa del Caribe cuando se va el sol y están mojados, tú, tu bikini y tu toalla)
Esto es antes de que llegue Dilia con sus manos.
Cesa el aguacero, entra ella de repente, se sienta en el borde de la silla de extensión, sus manos directo a mis pies, con la vieja pero siempre efectiva contraseña de los vendedores experimentados: «Sin compromiso». Te hago un masaje sin compromiso, le oigo decir.
Sin darme cuenta, mis pies ya son presas de sus manos mulatas y cartageneras, de su aceite cremoso. Primero el izquierdo, suelto como una medusa, relajado como un cocotero.
Me rindo ante Dilia y le doy mi extremidades inferiores.